domingo, 6 de diciembre de 2009

La literatura de vampiros en Venezuela

Los científicos no son los únicos en lograr grandes hallazgos al explorar lo desconocido, los escritores desde la ficción fábulan mundos que el lector desde el sueño los hace creíbles como un dios creador. En este mundo aparece la figura del vampiro, icono del horror universal que desde la publicación de El Vampiro de John Polidori abrió las puertas a la narrativa del terror.
En Venezuela esta figura no es ajena, desde los movimientos de la independencia en la nueva y creada república, una serie de hombres ilustres disertan en las letras (Andrés Bello, Simón Rodríguez, Simón Bolívar, Fermín Toro, entre otros). La literatura fantástica ya había dado sus raíces con los Cronistas de Indias al crear no sólo imágenes monstruosas del continente, sino mitos como El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud, motivo de búsqueda de eternidad, un elemento netamente vampírico, ya que éste ser ofrece juventud y belleza eterna. El mismo Simón Bolívar deja su grano de arena en las letras de la ficción con su Delirio sobre el Chimborazo que persigue un ser sediento de gloria y eternidad:
"Yo venía envuelto con el manto del Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al Atalaya del Universo. Busque las huellas de La Condomine y de Humboldt; seguidlas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales; ha surcado los ríos y los mares; ha subido sobre hombros gigantescos de los Andes..."
Con este inicio Bolívar introduce al lector en un mundo mágico y fastasmagórico, él continua la descripción de su delirio febril que embarga su mente hasta que se enfrenta al espíritu del Tiempo:
"De repente se me presenta el Tiempo, bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano... - Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente... Sobrecogido de un terror sagrado: -¿Cómo, ¡Oh! Tiempo – respondí – no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto... llego al Eterno con mis manos... Observa –me dijo– aprende, conserva en tu mente lo que has visto... El fantasma desapareció. Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho... resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio".
Con este mismo esquema Luis López Méndez escribirá en 1891 El último sueño bajo el signo del romanticismo, pero apreciado lector no quiero adelantarme con este autor.
"...a lo largo de todo el siglo XIX: es en estos momentos cuando la ciencia europea –el positivismo fue contemporáneo del romanticismo– proclama el dogma del racionalismo y somete el mundo –sin milagros– a rigurosas leyes de causalidad; las certezas científicas pueden modificar el mundo y sus criaturas y, sin embargo, no pueden explicarlo, al contrario, quizás muestran más abiertamente las imperfecciones y lacras de la condición humana, y los hombres continúan interrogándose sobre la existencia de un más allá, sobre las fronteras de la vida y de la muerte, sobre la imposibilidad de franquear esas fronteras..." con estas palabras de Marta Giné, que describe un contexto específico de la historia, se continúa la búsqueda en este estudio de la literatura del mal en Venezuela; y es en el cuento de horror donde hay que buscar sus raíces, en los inicios de un continente creado después del movimiento de la independencia, después del Delirio del Chimborazo, nace La viuda de Corinto (1837) de Fermín Toro, cuyo título alude ineludiblemente a Goethe, este relato fue publicado en la hoja periódica El Liberal, el 25 de julio de aquel año.
A ello siguen una serie de títulos como: El sello maldito (1873), enmarcado con el negocio satánico por el pecado capital de la Avaricia y, La danza de los muertos (1873), donde una asesinada regresa del más allá para cobrar venganza, ambos textos de Julio Calcaño. Los espectros que son, y un espectro que ya va a ser (1877) de Cecilio Acosta. Luis López Méndez con La balada de los muertos, El último sueño y El beso del espectro (1891) tres relatos que nos muestras seres zombificados que regresan de la muerte y la descripción macabra del beso de un Nosferatu, escritor clave de este tipo de narrativa.
Tristan Cataletto (1893) de Julio Calcaño, relata el pacto de un hombre con el demonio y su transformación en vampiro por su amada, será este el primer cuento a la que hace referencia a la palabra “vampiro” en un texto venezolano. La caverna del diablo de José Heriberto García de Quevedo (1893). Le siguen títulos como Calaveras y Metencardiases (1896) de Nicanor Bolet Peraza. Los muertos hablan y Proezas de un muerto (1897) de José María Manrique. El asesinato de Palma Sola, publicado en 1902, del mexicano Rafael Delgado y que nos traslada a Poe en cuentos como El corazón delator y Los asesinatos en la Calle Morgue. En Venezuela, la muerte de un joven promesa en la literatura embarga el espacio narrativo de un profundo dolor, ya que se deja en mitad de camino una serie de cuentos que van a engrosar más la temática del miedo, dos relatos son cruciales a la hora de hablar de literatura vampírica en Venezuela, aparte del ya nombrado Tristan Cataletto, uno de los personajes del texto comenta: El viejo monje es un taumaturgo, y él único que otras veces nos ha librado del diablo y los vampiros.
Hablamos de Luis López Méndez y los cuentos La balada de los muertos y El beso del espectro. Nace este escritor en Táchira (Venezuela) y quedando huérfano de madre siendo aún muy joven, por lo que su tutela queda a cargo de su padre, figura que va a influir en la escritura de López Méndez, es criado bajo la dirección de una tía materna. Luis López Méndez fue un lector inacabable, crítico perspicaz, se formo en la atmósfera de una Caracas gumáncista, a quién nuestro escritor criticó fuertemente.
Este dictador será la imagen del monstruo que recreará en unos de sus relatos de horror. Enmarcado en una familia de grandes lectores, sobrino de Lino López Méndez, el autor del Manual del Veguero Venezolano. Lector asiduo de escritores románticos españoles, ingleses, italianos y franceses, ensayista sobre algunos textos de literatura venezolana (Juan Vicente Gonzáles, José Antonio, Eduardo y Julio Calcaño, Cecilio Acosta, José Gil Fortoul), y ensayos biográficos (Sucre, Rafael Urdaneta, Santos Michelena y Guillermo Morales).
Conforma la agrupación literaria “Amigos del saber” con David y Julio Lobo, José Gil Fortoul, Luis Rasetti, Lisandro Alvarado. Escribió ensayos juveniles para la hoja periódica El Fonógrafo en Maracaibo bajo el pseudónimo de Lucrecio. Dos poetas norteamericanos marcan su escritura Henry Wadsworth Longfellow (1807–1882) y Tomás de Quincey (1785-1859). Y los poetas franceses Leconte de Lisle (1818–1894) y Charles Baudelaire (1821-1867). . Así como el poeta inglés Alfred Tennyson (1809–1892). Lee a Montaigne, Hugo, Bourget, Taine, Renán. Lee a cuentistas como Poe, Gautier y Maupassant.
Amante de la arqueología, la música clásica y la pintura. Cabe preguntarse sobre las razones del por qué escribe al temor -bastante universal- a los muertos, más cuando López Méndez vivía y escribía a favor de la ciencia. Son a menudo ocultas estas sensaciones, ya el mismo Poe lo decía: La ciencia no nos ha enseñado todavía si la locura es o no sublime de la inteligencia, es obvio que el cadáver en sí mismo es inofensivo, es el miedo inculcado el que le hace horrorífico, no existe ninguna evidencia empírica hasta el momento comprobada de que un difunto pueda ser peligroso para los seres vivos, a no ser como simple reservorio de gérmenes infecciosos, cuestión que desató epidemias y pestes, objeto evidente en El diario de la peste de Daniel Defoe.
El horror a los muertos se ha impuesto, efectivamente, a la conciencia de la humanidad contra toda experiencia, caso reflejado en el relato La balada de los muertos. Ya el mismo íitulo deja reflejado ese juego hacia esta temática, el mismo López Méndez se refería a la muerte como: ...la muerte no es más que una ley de la naturaleza, que siente necesidad de renovarse constantemente, creando y destruyendo formas infinitas, y haciendo de la flor que hoy cae deshojada y sin perfume, nueva flor de diferentes matices que brillará mañana, tal vez bajo otro cielo...
Luis López Méndez, quien ha frecuentado las ciencias antropológicas y arqueológicas, se le hace sospechoso que algo se le imponga contra su experiencia. El escritor positivista enfrenta a la muerte, pero esa atmósfera del romanticismo le envuelve en un sudario del más grande horror. Es así como López Méndez plantea que uno de los mayores bienes de la filosofía moderna consiste en destruir el terror de la muerte que en las civilizaciones atrasadas y singularmente en los primeros siglos de nuestra era, dominaba a todas las inteligencias.
Pero acaso esta filosofía no cayó en la tentación de lo misterioso, el mismo Voltaire estudió a los vampiros y llegó a escribir: ... no se oye hablar más que de vampiros entre 1730 y 1735; se les descubre en todas partes, se les tiende emboscadas, se les arranca el corazón, se les quema.... Pero el gran pensador francés llegó a más, al considerar que se estaban dando muerte a centenares de incautos, cuando los verdaderos "vampiros" eran los poderosos que "chupaban la sangre de los más débiles o los religiosos que abusan de la ignorancia del pueblo.
Voltaire lleva este tema a un contexto político, pero le da su importancia, pues incluye el termino vampiro en su diccionario y le da la nominación de cadáveres que salen de sus tumbas en busca de sangre fresca. El difunto, como protagonista es “lo otro”. Es lo que ha dejado de ser persona para pasar al plano de una realidad diferente. Esa realidad que circunda en La balada de los muertos. Esta trascendencia a “lo otro” es lo que le confiere a los no-muertos todas sus características espectrales.
Sólo en la literatura López Méndez acepta que aquella persona que hace sólo unas horas o días se reía, hablaba o acariciaba a un ser querido, ahora esté allí sobre la mesa del velatorio o encerrada en un ataúd. Pero los muertos no hablan, o por lo menos, nosotros no entendemos su lenguaje. La muerte permanece muda e insensible y los cadáveres han comenzado a descomponerse, es la idea del escritor, difuntos con unos tintes violáceos y contaminando el ambiente con un olor nauseabundo. Y continúa López Méndez: ¡Cuántas cosas ya hemos olvidado volveríamos a aprender si nos acercásemos silenciosamente a ciertas tumbas!. Acaso no es éste el instrumento que usara el escritor para elaborar el texto La balada de los muertos, de modo que la raíz bien pudiera hallarse, precisamente, en la falta de experiencias sobre lo que sea de los muertos.
El escritor termina su ensayo Aspiraciones con las siguientes palabras: Tiempo vendrá, más propicio a la tarea, en que hablaremos de los vivos. Y qué es la muerte: vacío, que causa el inevitable horror, por lo que el lector de cuentos de miedo puebla de imaginaciones consecuentemente inquietantes. La muerte es una anomalía a la vida, un suceso que trunca la cotidianidad sin ofrecer otra cotidianidad accesible que la supla.
Por ello siempre ha alarmado al hombre desde que éste comenzó a ser pensante. El miedo al árbol prohibido a Adán, es que su castigo es la muerte. Y aún así el hombre peca y es castigado a morir, como si el vivir no fuera completamente sin el morir. El suceso de morir es tan abrumador como sus efectos. El hombre natural percibe ante todo las negativas: privación de los bienes disfrutados en esta vida (comida, sexo, juegos). Sólo cuando reflexiona queda peor, pues va descubriendo también las positivas: acceso del muerto a un estado diferente, del cual nada sabe. Por eso se asusta todavía más. El que existe más allá de la muerte, vuelve al pensamiento para sobrecogerle en el más grande de los horrores: la incertidumbre.
El cadáver -que "no es nada" más que materia, nos asegura el científico moderno- constituye para aquél (el hombre) la evidencia de aquel suceso perturbador.
El terror con respecto a unos motivos fantásticos en el siglo XIX va más allá de los motivos verosímiles para el mismo que se dan en el mundo real : dictaduras manifiestas o embozadas (El caso de Echeverría y el cuento El matadero, quién evoca una época histórica en la dictadura de Juan Manuel de las Rosas), delincuencia, epidemias, etc. Quizá por ello se reproduzca una afición semejante en las coyunturas críticas, cuando existen razones ciertas para el miedo, López Méndez escribe el manuscrito de La balada de los muertos en Caracas, bajo la angustia del mandato de Guzmán Blanco, ese capítulo de su vida le ayuda a crear el monstruo que como una sombra empieza a destruir y adueñarse de la ciudad de los vivos. Un cuento polarizado en dos temas: día y noche, ciudad y cementerio, progreso y atraso, los vivos y los muertos.
Adoptando aquellos “otros” terrores, el individuo se habitúa a convivir con ellos. En este relato los vivos conviven con los muertos, y estos últimos se levantan a reclamar su olvido: Por mucho tiempo durmieron los muertos en sus tumbas solitarias, cubiertas por la yerba del campo y el olvido de los hombres. La muerte en este texto se transforma en olvido, es marchita, huele a soledad y es fría como el hielo, así no la muestra el escritor, cuyo epígrafe es de Longfellow: Let the dead past bury its dead (Dejad que la muerte pase y entierre su muerte).
Es de recordar que Mary Shelley en su novela Frankenstein recoge el pavor del cadáver y la mente enfermiza del hombre ante la ciencia. Un texto romántico y positivista al mismo tiempo. El objetivo de su obra no pasa de espeluznar: mas hay en este texto mismo una valoración del terror. El científico y el cadáver, es el primer texto que con una vista científica crea un monstruo desde la ciencia. Deja atrás los misterios de los no-muertos. Esta novela será esclarecedora, ante todo, por cuanto se trata de una tan temprana manifestación del género del terror, que posteriormente contará sus títulos por miles.
Mary W. Shelley invoca expresamente en el título a la figura de Prometeo. La simple mención de este nombre define un propósito: narrará un acto culpable por extralimitación -la "hybris" de los helenos-, por el que un hombre, audazmente, osará una acción divina, al robar el fuego. El caso de este texto es un científico que asume el poder de dios para dar vida a un muerto y se le deviene con este acto el más grande horror al crear un monstruo que devorará a su creador. La existencia de un "monstruo fabricado" contra natura, la muerte y la ciencia unida, crea un ser para el horror. Acaso la clonación hoy día no despierta ese horror de crear un ser por medio de un saber científico, ese mismo terror crea un espacio, y así nace la literatura del horror, propiamente dicha.
Mary Shelley ha usado algunos ingredientes culturales diversos. La sombra de Fausto es apreciable en este relato, aunque no sea invocado como lo es Prometeo. También se divisan reminiscencias del "golem" hebreo. El horror no sólo se procede por la presencia del monstruo, sino que deriva de la "impía" temeridad de Frankenstein, los lectores sienten el pavor que el doctor Víctor Frankenstein siente ante la sombra acechante de su engendro diabólico (en este caso científico). La acción de éste en su laboratorio no es menos estremecedora que la visita nocturna de El beso del espectro de López Méndez: El espectro había ido aproximándose hasta poner sus descarnadas falanges en mi frente. Mi razón vaciló por un instante.
Y la mudez de la muerte de la que habla Luis López Méndez no la recoge Shelley. En su relato es un ser parlanchín y razonante, maldecía o amenazaba a su creador. Cuestión que en el cine de los años 30, el monstruo parlante hubiera hecho reír. Mudo resulta no sólo más terrible, sino que, paradójicamente, se hace más "verosímil" y terrorífico. Igualmente López Méndez nos muestra unos seres de la “paz silenciosa y llena de terrores”. Y constituye al vampirismo un antiguo filón de terrores.
Ante todo, ha sido una forma concreta del temor a los muertos: se supone que algunos de ellos poseen una pseudo-vida en determinadas condiciones y la emplean causando daño a los vivos. Con la figura del vampiro, el cadáver se alza -literalmente- y se enfrenta a los vivos, es esté el caso que López Méndez, escribe sus relatos en Bruselas en 1888.
Suelen coincidir la mayoría de los autores en que la más eficaz concreción del mito vampírico y que mayores aportaciones efectúa a la cultura actual es la novela Drácula, de Bram Stoker, escrita un año antes, en 1897. No es extraño que López Méndez se haya dejado influenciar por estas pinceladas de horror romántico a la noche, a los cementerios y a los muertos vivientes.
El estudio a un López Méndez como escritor romántico nace a partir de las siguientes manifestaciones en sus relatos pertenecientes a La balada de los muertos y El beso del espectro:
El terror a la muerte, personificado por ese muerto que cotidianamente sale de su tumba para obrar el mal. Si todo muerto asusta, y en silencio como define López Méndez, he aquí que éste retorna de modo inevitable : no hay manera de sustraerse a su presencia, que -aunque no fuera más que esto- renueva una vez y otra la incómoda realidad de la muerte. Su característica de lo horrendo, se refuerza por la ambigüedad de su estado: se le denomina con frecuencia "no-muerto". ¿En qué quedamos con este concepto? ¿Es un cadáver o no lo es? ¿A qué mundo pertenece: al del más allá o al de acá? Esta indefinición del personaje, añadida a la que ya sobrelleva la muerte, por sí sola, hace a esté ser todavía más aterrador. ¿Puede hablarse de inmortalidad en este caso? La inmortalidad ha sido siempre un anhelo del ser mortal. El vampiro la ofrece, la víctima la rechaza por lo horrendo que le parece el estar no-muerto.
La oscuridad. El vampiro o el no-muerto, actúa durante la noche. No podía ser de otro modo: noche y tinieblas son símbolos estrictamente vinculados a los de muerte, maldad, peligro, etc. Elementos recurrentes de este tipo de literatura. Siempre se ha mostrado que los poderes maléficos operan en las tinieblas y huyen de la luz (ejemplo notable en el libro El señor de los anillos de Tolkien: la oscuridad, exactamente, el comportamiento del no-muerto ante la inminencia del alba debe regresar a su lugar de sombras (cementerio, ataúd, etc). La luz es símbolo divino : frente al ser superior nada pueden los seres subalternos, cualquiera que fuere su capacidad para el mal.
El cementerio. El ambiente es sin duda un aporte más a los horrores nocturnos, López Méndez le llama: la mansión de la suprema quietud..., Este lugar se presta para desarrollar el lugar donde reposan los muertos, donde ni el sol, ni las bellas aves llegan, en La balada de los muertos una golondrina que llega para protegerse de la tempestad, huye rápidamente de ese frío sepulcral y sale en busca del astro solar; sólo los cuervos llegan a aquel lugar, en una parte del texto el escritor los define los huéspedes sombríos abandonaban como la golondrina el reino de la muerte, es aquí donde los no-muertos conspiran contra los vivos, que viven en la ciudad de al lado.
Lo gótico. La ciudad amurallada presenta grandes templos, unos edificados, otros destruidos, donde vive el monstruo, sigílenle, vigilante como una gárgola en su catedral. No lejos del cementerio, y compitiendo con él en soledad y silencio, se alzaba la cuidad de los vivos. Espesas y altísimas murallas la aislaban del resto del mundo o las lámparas colgadas del techo.. .el palacio entero..., son sólo alusiones a una ciudad siniestra, nos recuerdan las pinceladas de Piranessi. De este pintor Tomás de Quincey realizó un ensayo particular. Simón de Schryver, describía a López Méndez como un amante a las galerías de pintura, es factible que le hubiese estudiado, comenta que: Veíamos frecuentemente a Luis López Méndez con un libro inglés en la mano:... las obras de Tomás de Quincey. El mismo Quincey habla al respecto sobre un cuadro de Piranessi: Hace muchos años, hojeaba yo Las antigüedades de Roma mientras el señor Coleridge, que se hallaba a mi lado, me describía una serie de grabados de ese artista, llamados los sueños y en los que registró el escenario de las visiones que lo asediaron en el delirio de la fiebre. Algunos de ellos (según recuerdo de lo que me contó el señor Coleridge) representaban enormes salas góticas, con el suelo cubierto de toda clase de máquinas y artefactos, ruedas, cables, poleas, palancas, catapultas, etc, que expresaban lo enorme de la potencia aplicada y la resistencia vencida. Es la descripción de una ciudad derruida y próxima a que la muerte le invada. En este pintor se basó Jorge Luis Borges para escribir El inmortal. Y es el mismo Piranessi quien inspira a Horacio Walpole su texto El castillo de Otranto, que dio origen a la novela gótica.

Es comprensible que gustasen del terror los románticos, pues se trata de emociones fuertes: más allá de lo sabido, cotidiano y por ello seguro, se abre lo ignoto, que depara situaciones-límite. El hombre se atreve a sondear los abismos. Su espanto le confirmará que esos abismos podrían engullírselo: el espanto engendra espanto.
El relato El beso del espectro nos traslada a textos como El Horla de Maupassant, una presencia invencible se le aparece al protagonista para consumir su vida: Los dos rodamos por el suelo en una lucha titánica, hasta que la luz del día penetró por mi ventana y el espectro huyó dejando en pos de sí un reguero de cenizas.... Es así como la imagen del vampiro en la literatura venezolana no es desconocida en el siglo XIX, en Caracas en los diferentes Diarios Julio Calcaño (1840) nos lega dos historias La danza de los muertos y Tristán Cataletto, igualmente Luis López Méndez (1891) escribe una serie de cuentos vampíricos en la ciudad de Bruselas: La balada de los muertos, El ultimo sueño y El beso del espectro, escritos coetáneos al Drácula de Bram Stoker. El siglo XX aportará otros textos claves a la hora de hablar de vampiros en la literatura venezolana Nuestro Padre, Drácula (1969) de Rodolfo Santana; Claves (1979) de Salvador Garmendia; La otredad y el vampiro (1990) de Yolanda Pantin; El último sol negro (1998), Eterno (1999), La ladrona de sueños (2000), Beso a beso... (2001), El vampiro místico (2001), Las lágrimas de un condenado (2001), El fotógrafo (2002) de José Antonio Pulido.
Al morir el siglo XIX un letargo cayó en los relatos de vampiros, pareciera que el progreso de principios de siglo XX les hizo cavar sus tumbas y enterrarse. En 1969 el venezolano Rodolfo Santana trae al papel el nombre del vampiro mayor, en una obra de teatro Nuestro Padre, Drácula, que si bien no desarrolla en forma tan manifiesta la misma preocupación de un país en un paso político fundamental, ofrece un cuadro donde a través de un juego un tanto cruel unos seres humanos muestran cómo la explotación del hombre por el hombre y la búsqueda de una nueva humanística de liberación es hoy por hoy la alternativa buscada o no de sus protagonistas.
El personaje de Tobías que hace de Drácula exclama: La estaca destrozó mi corazón... mi alma (gime). Me habría gustado mucho vivir con ustedes... Contagiar a los hombres, a las madres, a los niños... crear una sociedad de vampiros que le dé dignidad al mundo.
Otro venezolano que buscó en el tema del vampiro inspiración fue Salvador Garmendia. En Quibor, Lara, el contexto donde nació Garmendia, se han encontrado rastros arqueológicos de un Dios Murciélago adorado por los indígenas, sus creencias asociaban a este animal como portador y acompañante del más allá. Este mundo, y el de las leyendas escuchadas en las voces de los abuelos, y una infancia imaginada serán un punto clave en la obra de Salvador Garmendia.
En el cuento Claves nos muestra un caso de un vampiro psíquico, en este relato se deja a un lado el cuerpo, en este instante pesa más el pensamiento y el espíritu, aún cuando Víctor Bravo plantea que es frecuente encontrar, en los textos de Garmendia, cuerpos que emanan poder o armonía y que, inesperadamente, muestran sus vertientes de la insignificancia o la monstruosidad, parece ser que en este relato el cuerpo se pierde en las sombras, el amante de este relato es inmaterial, es irreal, sólo existe en la mente de Emilita. Todo está concebido en una atmósfera onírica, dando pie a la duda de la existencia real del monstruo, pero que se consolida en la debilidad de la víctima al ir perdiendo la vida y entregarse a su amante nocturno.
Cabe destacar en esta narrativa la obra de teatro La otredad y el vampiro (1994) de Yolanda Pantin. El argumento describe en un bosque lejano, a un ángel caído del cielo, desamparado, perplejo y sin alas, que vaga perdido en medio de la noche, hasta dar con un castillo, de estilo gótico, donde pide refugio. El dueño de este hogar es nada menos que un vampiro, un ser inmortal que acecha a los vivos y sobrevive bebiendo la sangre de inocentes (en este caso de niñas). En este encuentro comienza a hilarse una historia de amor entre esta criatura eternamente sedienta y condenada a destruir lo que sea, y otra criatura carente de sangre, un ser espiritual, hecho de un alma pura. Acá se muestra la incertidumbre del vampiro, en un ambiente escatológico de un posible fin de los tiempos:
VAMPIRO: Una vez, siendo niño, me atreví a asomarme al espejo. (Pausa) No había nada delante de mí. No sé como soy. En este fragmento observamos el elemento del espejo, cuyo límite separa el mundo visible del mundo invisible, símbolo muy utilizado por Garmendia. El vampiro no puede reflejarse en el espejo pues no es una criatura viviente, su cuerpo es ilusorio, es ficticio.
En los últimos tiempos la voz de un joven, José Antonio Pulido Zambrano, preocupado por la literatura ha ido publicando al margen de los clásicos pequeños experimentos de una nueva literatura de vampiros. Su cuento Las lágrimas de un condenado fue publicado en la revista Riobobense en el 2001, y luego reeditado en TumbaAbierta en el 2002. Este relato plantea la vida ficticia de un escritor que fue devorado por las sombras, y un estudio crítico, sus amigos formulan su desaparición misteriosa y su posible transformación en un no-muerto. El último sol negro (1998), no es un cuento, es una novela que en una visión latinoamericana trata de explicar el origen de los vampiros.
A esta novela le siguen una serie de cuentos recogidos en el libro Cuentos virtuales (2002) entre los que destacan: Eterno, La ladrona de sueños, Beso a beso..., El vampiro místico, El fotógrafo todos textos inéditos de José Antonio Pulido.
Cabe culminar este texto con un pensamiento de Edward Kamau: el fuego murmura sueños solamente, no hay luz alguna, ni calor, la destrucción de la madera, sebo, ojos.... Cómo haréis lector entonces para matar al vampiro. Si no lo quieres matar eres ya uno más de ellos...

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